Tadaima
19 de noviembre de 2015
Después de mi primer viaje a Japón me quedé enamorado de su gente y su cultura, tanto me marcó, que quise repetir la experiencia para saber si aquellos recuerdos formaban parte de una percepción malforjada por el choque nuevo de una cultura completamente diferente a la mía o si por otra parte, reafirmaba y ensalzaba aún más mi admiración.
A medida que pasaban los primeros días de mi segundo viaje a Japón, me di cuenta rápidamente que mi pasión se confirmaba y que mi enamoramiento hacia ese país no era pasajero, es verdad que el impacto no fue el mismo que el de la primera vez, pero ya se sabe que nada es comparable a la sensación que despierta algo por primera vez. En cambio pude digerir mucho mejor aquellas bocanadas de aire fresco que me transmitía aquel talante tan especial.
Japón es el país del orden establecido, donde miles de personas iluminadas por pantallas gigantes pueden cruzar a la hora un paso de peatones sin chocar entre si o donde ríos de gente fluyen con total normalidad en plena hora punta del metro sin rebosar.
Estas percepciones, posiblemente atrevidas y erróneas debidas a la brevedad de mis viajes, hacen que interprete el país como un juego de movimientos y pausas. El movimiento me gusta representarlo con vectores, ya que estos nos indican sentido, dirección y fuerza.
Estos vectores que pueden ser literales o figurados también delimitan las pausas que vienen representadas por el color blanco, con la intención de que el conjunto respire. Al mismo tiempo me gusta jugar con recopilaciones de imágenes y personajes que me llegan a las manos. Japón es un país que te hace girar en torno suyo y que te marca en todo momento el compás pero que a la vez te da el descanso justo en el momento que más lo necesitas.
Ilustrando este libro he intentado transmitir las sensaciones vividas y sentidas con la misma sutileza y dulzura que transmite este país tan especial.